lunes, 31 de octubre de 2011

Lloré por tantas cosas...


Estuve llorando hasta bien entrada la noche.  Lloré como nunca antes lo había hecho; era aquel un llanto que no sé bien de dónde surgía, pero era como un llanto contenido, de siglos, como un llanto viejo que nunca se atrevió a salir, un llanto atroz…  Lloré por tantas cosas…, cosas que creía tener olvidadas pero que ahí seguían, esperando el momento de ser lloradas; pero lloré, sobre todo, por todas las palabras que a lo largo de mi vida había ido reuniendo, juntando cuidadosamente aquí y allá, con esmero, con decisión, con firmeza, por todas aquellas palabras que nunca supe armar y que poco a poco fueron sucumbiendo al paso del tiempo, y del olvido.  Lloré tanto y tanto que finalmente quedé dormido, exhausto, como fuera de mí.  Cuando desperté, sobresaltado en medio de la noche, me encontré inmerso en un mar de lágrimas, y bajo aquellas aguas tumultuosas que todo lo inundaban traté de buscar una salida, desesperadamente una salida; arañé el agua con mis manos, traté de gritar…, pero todo era océano, en todas las direcciones todo era un océano en el que no había ni principio ni final, ni antes ni después, norte o sur, este u oeste..., comprendí así  que ya todo había acabado, que allí, en medio de las más profunda y oscura nada acabarían mis días y mis noches, y sólo entonces me calmé, cerré los ojos e inspiré con todas mis fuerzas, noté como el agua inundaba mis pulmones, y el sabor a la sal..., y como, para mi sorpresa, era capaz de respirar en medio de tanta oscuridad.

sábado, 22 de octubre de 2011

Historia de X


Esta que ahora voy a contar es la historia de X, como podía haber sido la historia de Y, o de A, o de B, o de C, o de cualquier otra letra del abecedario que pudiera haber representado a nuestro protagonista. Así pues, centrémonos hoy en X.  X es una persona normal, tan normal como cualquier otra, tan normal como cualquier persona de esas que nos tropezamos a diario por cualquier calle de cualquier ciudad.  Pero hay algo que distingue a X sobre todas las cosas; y es que fuera del ámbito de las redes sociales que entretejen su vida, X no tiene vida.  X fue siempre una persona tímida y reservada, de esas que miran más para adentro que para afuera, X estaba solo en el mundo, y no se le conocían más amigos que los propios compañeros del trabajo; eso, siendo benévolos con X, pues es bien sabido que no siempre un compañero de trabajo deviene en amigo, y, aunque bien es cierto que en ocasiones puede suceder al contrario, y un amigo puede convertirse en compañero de trabajo, no era este el caso. Por tanto, el ámbito de la vida social de X, y cuando hablamos de vida social nos referimos a las relaciones interpersonales directas entre seres humanos, se circunscribía única y exclusivamente a las ocho horas de trabajo diarias.  Fuera de aquí, X dedicaba todo su tiempo libre a vagar por la red; sentado frente a su computadora compartía todo aquello que pudiera inquietar a su atormentada alma, actualizaba su muro con sus reflexiones más profundas e íntimas, compartía todas aquellas noticias que le resultaban de interés para él mismo y para otros que sólo él era capaz de considerar, chateaba con su interminable lista de amigos, inventaba todo tipo de historias, dependiendo siempre de si hablaba con unos o con otros, y había desarrollado incluso la extraña habilidad de retomar cualquier historia o conversación en el punto exacto en el que la había dejado, ya hubieran pasado días, semanas, e incluso meses y años enteros, con lo cual, ni el interlocutor más avezado hubiera sido capaz de darse cuenta del sutil e infantil engaño. Un día tras otro, X pasaba horas y horas rastreando la red en busca de posibles nuevas amistades, a las que poder enviar alguna nueva solicitud de afecto virtual, supliendo, de esta forma, su connatural soledad.

El primer día que X faltó al trabajo, nadie notó su ausencia, y no fue hasta el momento en el que con el paso de los días se fueron acumulando los expedientes sobre su mesa, cuando los compañeros llamaron la atención del jefe de sección, y éste, a su vez, del Señor Director.  Convinieron todos, pero sobre todo los que con con él mantenían una relación más cercana que, aun cuando X llevaba varias jornadas sin presentarse en la oficina, éste había seguido, sin embargo, publicando mensajes, noticias y fotografías en su muro, por lo que dieron por hecho que X habría caído enfermo, víctima, seguramente, de alguna de aquellas terribles gripes que de cuando en cuando le aquejaban. Dieron por hecho, de igual modo, que aquella que habían supuesto y no otra sería la razón por la que X no habría podido aún comparecer ante sus superiores,  y hacer entrega, pues, del correspondiente parte de baja médica que en casos como el que aquí relatamos es preceptivo. Lo cierto es que X nunca más acudió a su puesto de trabajo, que su muro se fue poblando de noticias, fotos y comentarios, que su número de amigos iba cada día en aumento, mucho tiempo después, incluso, de haber aparecido en los periódicos la breve y triste nota que hacía referencia al gris funcionario que había sido encontrado muerto en su pequeño piso del centro de aquella gran ciudad, y que respondía al nombre de X.

viernes, 21 de octubre de 2011

El anciano

"¿Y qué haré ahora con tanta soledad?", se preguntó el anciano.


18.10.2011